La parentalidad positiva es una forma de educar en positivo y desde el buen trato, sin violencia, es decir, tratando de establecer unas normas y límites claros y consistentes que el niño debe cumplir, con mucho afecto, pero haciéndole partícipe de lo que está bien o mal sin recurrir a ninguna forma de violencia (gritos, humillaciones o cachetes) y potenciar al máximo sus capacidades.
Se trata de un nuevo estilo de crianza basado en la empatía y que puede llegar a desarrollar muchas habilidades de la personalidad de los más pequeños desde una edad muy temprana, potenciando al máximo sus cualidades e inculcándoles el respeto por los derechos humanos.
Este estilo de crianza se basa en conocer, comprender y responder adecuadamente a las necesidades del niño o niña.
El eje central estriba en que los padres velen por un desarrollo adecuado a nivel físico, emocional, social e intelectual del niño o niña.
Jurídicamente, el concepto de parentalidad positiva viene definido por el Consejo de Europa como el comportamiento de los padres enfocado hacia el interés superior del menor. La parentalidad positiva implica ofrecer a los hijos cuidados y atenciones adecuados, así como dinámicas relacionales y afectivas no violentas, basadas en el buen trato, el conocimiento del desarrollo evolutivo infantil, el diálogo y el respeto mutuo.
Para educar en positivo los adultos deberán tener una serie de competencias intrapersonales tales como:
– Responsabilidad
– Paciencia
– Flexibilidad
Los principios de la parentalidad positiva son:
– Empatía: Conocer cómo se siente el niño y cuáles son sus necesidades. Ello nos permitirá ver cómo satisfacer adecuadamente sus necesidades.
– Seguridad: Los menores buscan la protección y la seguridad que les dan sus progenitores, de forma que la violencia física puede tener el efecto contrario.
– Apego: hay que demostrar el afecto para que los niños se sientan queridos, lo que les dará autoestima y un buen autoconcepto.
– Educar sin violencia: respetar la persona que es el niño lo que le permitirá desarrollar al máximo sus potencialidades. Si educamos con violencia el niño acabará asociando amor con violencia lo que perjudicará el desarrollo de su personalidad.
– Límites y normas: para dar seguridad al menor. Los límites deben ser claros, sencillos y estables para que los interiorice y los cumpla en todos los casos. Con ello conseguiremos también un niño responsable y crear un buen clima de convivencia familiar.
– Escucha activa: debemos ser capaces de escuchar a nuestros hijos, con respeto y amor, haciéndoles ver que nos interesamos por ellos y ello sin juzgarles.
Si hemos sido capaces de educar en la parentalidad positiva y es éste nuestro estilo de crianza, si surge una ruptura o divorcio, podremos ser capaces de dialogar con el otro y de realizar un buen Plan de Parentalidad que ponga el acento en el interés superior de nuestros hijos e hijas.